Nada que pueda sorprendernos en el discurso del Nobel de la Guerra en Oslo. Nada que no pueda suscribir cualquier general en jefe de cualquier ejército del mundo. Ya se sabe, para hacer la paz hay que hacer la guerra y, a ser posible, con mayor efectividad y violencia que nuestros enemigos, para demostrarles que la letra con sangre entra y que si no se vuelven pacíficos, como nosotros, serán pasados a hierro y fuego.
Decía que nada nuevo en el centenario del inventor de la dinamita. Pero, sí hubo un detalle revelador que puede elevar al más alto escalafón del belicismo al último Nobel de la Guerra: por primera vez en este escenario, capital del cinismo mundial, se pudieron escuchar veladas amenazas de guerra -Irán, Corea del Norte, Pakistán...-.
Que se vayan preparando. Están avisados.
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