Cuando en 1988 el gobierno del PcOE (Partido capitalista Obrero Español) aprobó la Ley de Televisiones Privadas sus defensores, evidentemente las empresas que obtuvieron el oligopolio, argumentaron que esta liberalización era un beneficio para el país, no sólo para sus carteras, y que el aumento de la oferta informativa y lo que llaman pluralidad resultaría un beneficio claro para la consolidación de la democracia y la sacrosanta libertad de expresión (claro, que de lo que hablaban era de su libertad de expresión).
Pero hoy parece que esa pluralidad ya no es necesaria. Ahora la libertad se expresa en la reducción de la pluralidad, de la oferta (aunque maldita sea la libre oferta de programas de corazón, realitys, docudramas, pekinesexpress, programas de coach y autoayuda o microdebates de 59 segundos), que algunos que conocíamos las 'bondades' de la televisión privada en otros países ya preveíamos.
Ahora la libertad de expresión es la fusión y ya no podremos distinguir al fascista cavaliere Berlusconi del pijoprogre Cebrián, ni al heredero del imperio editorial franquista Lara del troskapitalista Roures. Todos juntos y revueltos por amor a la pasta y al negocio y al poder y a la influencia, gracias una vez más a la intervención de un gobierno del PcOE, siempre dispuesto a favorecer la creación de grandes empresas de manipulación a expensas de lo que debiera ser un bien público: el espacio radioeléctrico.
Cierto es que situaciones como esta sirven en realidad para desenmascarar a los cínicos, aunque la mayoría ni se dé cuenta de lo que ha sucedido y continúe tranquilamente degustando sus dosis diaria de basura, felizmente fusionada, plácidamente sentados frente al televisor.
Eso es lo que quieren. Todos ellos.
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